Cuando Miguel Fructuoso expone
esta obra de objetos industriales es porque está seguro de lo que está
haciendo. Murcia no pinta mucho en el panorama del arte, pero tampoco somos una
isla olvidada e inculta. Por tal razón, doy por sentado que la obra de
Fructuoso tiene algo por lo que ha merecido la pena ser expuesta en el Centro
Párraga de Murcia.
Lo primero que tiene es: atrevimiento. Después de la lluvia de objetos que nos cae en el arte
contemporáneo y de los mares de tinta que generan, exponer una asociación de
objetos con una intervención mínima es un riesgo.
De Miguel Fructuoso sólo conocía
pintura de inspiración cubista-constructivista, incluso pop, con toques graffiteros,
y encontrar una revisión de las
vanguardias teniendo como referente los ready-made me ha dejado descolocado,
aunque recorriendo su trayectoria puedo entenderla como lógica.
Si me hubiera dado una vuelta
rápida por la sala no me habría percatado de la verdadera exposición, de los
pequeños detalles, que son los elementos que articulan la muestra, y habría
salido pensando que de nuevo se presentaba otra revisión, otra alusión, otra
cita. Sin embargo, estudiando las piezas más detenidamente, cada una ofrece su
guiño.
1.- A la entrada te recibe un
conjunto de mesas de colegio apiladas en forma de columna y junto a ellas una
pizarra en el suelo apoyada sobre mierda (Manzzoni) humana (de plástico) titulada
“La clase muerta” en referencia a Tadeusz Kantor.
2.- Junto a ésta, a la derecha, una
obra llamada “Adiós a las armas” (Novela de Hemingway versionada en cine) compuesta
por una tienda de campaña (posible cita a Mario Merz y el arte povera) y un
letrero luminoso que lucía la frase “Arbeit macht frei” (el trabajo te hace libre). Expresión que leían los
que entraban en los campos de exterminio nazis, y que tiene un significado
ambiguo, ya que no solo sugiere que libera a las víctimas, sino también a los individuos de filiación nazi de los asesinatos de millones de personas.
3.- Avanzando por la sala
encontramos “Concepto”, una obra formada por tres urinarios (Duchamp) en cuyo
interior se podía leer el epígrafe “Concepto
agua de colonia”.
4.- Frente a los urinarios colgaba
de la pared “Exponen”, una caja de luz sin su panel delantero dejando al
descubierto los neones (Dan Flavin) y el entramado de cables y dispositivos
eléctricos. De él salía un fino tubo que lo enlazaba a un compresor de aire que
no estaba en marcha. La fuerte luz de los neones difuminaba en una esquina de
la caja el guiño de la pieza: una barra de pan (Dalí-surrealismo).
5.- Al final del pasillo estaba
“Fuente”, una campana de extracción de humos, situada a poca distancia del
suelo, exhibía la firma R. Mutt (Duchamp pero también Jeff Kons).
6.- Al girar te encontrabas en
otro tramo de la laberíntica sala donde estaba situado, sobre un pequeño
pedestal, “Puta necrofilia española”, una cortadora de fiambre y, bajo su
cuchilla, el libro “El laberinto del Albayzín” de Francisco Miranda, escritor amigo
del artista, fallecido en 2015.
7.- Desde la pared del fondo emergía
“Cómo explicar la historia del arte a un bote de jabón de Marsella”, fotografía
en blanco y negro del artista, la cara pintada de blanco, vestido con un mono
de trabajo con su nombre grabado, sentado en un sillón floreado en la pose de
Beuys, explicándole la historia del arte a una caja de detergente.
8.- En la última revuelta en
espiral de la sala entramos en “Misa de seis”, espacio que se podría confundir
con un recinto dispuesto para una conferencia. Todo está preparado para que
comience la charla, pero no ha llegado nadie. Treinta sillas negras frente a
una mesa y dos sillas blancas presididas por un cartel con los logotipos de
empresas ficticias, supuestamente relacionadas con el arte, patrocinadoras del
evento.
Todas las obras tienen su tesis,
pero podemos condensarlas en tres ideas que flotan en el ambiente, dos de ellas
están referidas en los títulos de las obras, la primera es “concepto”, la segunda
“explicar la historia del arte” y la tercera idea “ironía”.
No sé si sería mucho hilar hacer una
lectura biográfica de la exposición, pero indicios hay para ello. Escuela,
educación, trabajo, libertad, pensamiento, alimento, amistad, reto, irreverencia,
concienciación, etc., son palabras que intuyo en las obras y que se dirigen desde
la vivencia propia del artista hacia al espectador. Posiblemente Fructuoso nos
está indicando el camino que él ha seguido y nos dice que no busquemos lo que
ya conocíamos, que, igual que hace él, tenemos que revelarnos contra el arte
retiniano, que hay algo más y empezar a aprehender el arte como algo mental,
que la obra no tiene porqué ser una elaboración subjetiva artesanal.
Ya está bien
de esteticismos, si el arte es concepto, unos objetos industriales asociados
adecuadamente también crean estado de conciencia para un buen lector. Cuando Miguel
Fructuoso elige un objeto que pertenece a la historia del arte y lo nombra de
otra manera crea un pensamiento nuevo, un nuevo ready-made “concepto”. Ahora,
el reto está en el tejado del espectador quien debe embarcarse en la aventura
intelectual, tiene que interpretar, el artista ya ha cumplido su papel.
¿Y, qué se ha hecho con estas
ideas a lo largo de la historia del arte? Como estos conceptos aún no han
calado en la sociedad hay que insistir una y otra vez, por esto es importante
la educación. La educación y la pizarra de “La clase muerta” están vacías de ideas
reales, sustentadas por mierdas, por engaños, por contenidos al servicio de la
clase poderosa. Como en las columnas de mesas amontonamos a los niños los
adocenamos, los convertimos en esclavos del trabajo al reprimir su creatividad
y visión crítica. La clave escatológica es la profanación al estilo Kantor. Es
una nota de humor y al mismo tiempo una desilusión por la enseñanza, un rechazo
a las normas, una desconfianza en la transmisión de conocimiento. Si resulta
imposible el acto de comunicar, ¿qué se puede enseñar?
Paralela a la escuela está la
historia del arte como archivo de experiencia que posiblemente no se pueda
trasmitir. Si Beuys se siente unido a la naturaleza gracias a una liebre muerta
a la que explica el arte y de la que espera una respuesta sobre qué es el arte;
respuesta imposible porque el animal está muerto. Fructuoso, de antemano, no se
plantea la posibilidad de diálogo. Es una acción solipsista, no hay medio para
el diálogo, el artista se encuentra solo, alejado también del espectador. El
jabón nunca podrá ser un ser vivo, de él no se puede esperar más que nos sirva
para limpiar algo, tal vez la historia del arte.
Si en Beuys hay algo de
trascendencia, Fructuoso con la ironía la anula por completo. Como si, habiendo
sido decepcionado, al utilizar la ironía tomara conciencia, y nos hiciera
partícipes de ello, por ejemplo, de la falacia del mundo del arte, de no poder
creer en nada, de la inutilidad de las utopías que van al encuentro de
respuestas, de la falta de sentido, etc.
Con la ironía sobre la ironía que
ya encierran las obras sobre las que ironiza, Miguel Fructuoso crea perplejidad
y se aleja de la historia del arte anterior, para, rompiendo los tópicos y
esquemas tradicionales, hacer una nueva lectura en la que deja gran libertad al
espectador, pieza indispensable en la ironía. Ya que para que la ironía sea
eficaz es necesario que el espectador entre en el juego, si éste no es capaz de descubrir el juego la ironía
se desvanece. Y al contrario si la ironía es demasiado evidente pierde su
eficacia y se convierte en una chanza. Por otra parte, el artista tampoco puede dar pistas sobre su
juego, la ironía es incompatible con la explicación, si se dan indicios del
truco se rompe la chispa y se pierde el efecto.
Al utilizar la ironía las obras
de esta exposición nos hablan del dominio del lenguaje y de un conocimiento y
conciencia absoluta de aquello sobre lo que ironizan, la ironía no puede ser
ingenua. Si ironizaran sobre algo que no conocieran bien resultarían vacías y
un mal chiste. Por otra parte, correrían un grave riesgo, porque en la ironía
hay implícita una crítica y es peligroso ironizar con los mismos elementos
sobre los que se ironiza; por otra parte podrían crear un bucle y la ironía sobre la ironía las podría
llevar al soliloquio, como alguien que pudiera ser amante del amor o se apenara
por tener pena.
En fin, en estos guiños, Miguel
Fructuoso nos ofrece una ironía metafórica. Una ironía que uniendo elementos
paradójicos crea nuevos significados. Así la barra de pan iluminada por neones puede
ser el alimento del alma; los excrementos que sustentan una pizarra se
asociarían a la putrefacción de un sistema; los libros cortados como
salchichones aludirían a una vida segada y una amistad interrumpida; los conceptos
podrían ser los destructores de una identidad anquilosada y creadores del nuevo
mundo; las tiendas de campaña serían un palco ante la barbarie como espectáculo;
el lugar de intercambio de conocimiento una farsa, y las firmas en vez de
singularizar generalizan, porque todo puede ser arte.
Paco Vivo - enero 2016
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