Manolo Belzunce (Lorca, 1944) expone “Cabaret
souvage” desde el 22 de enero hasta el 13 de marzo en el Palacio Almudí de
Murcia.
En esta exposición nos muestra collages y ensamblajes realizados a lo
largo de casi dos décadas (1997–2013), técnica utilizada de una forma rotunda,
para tratar unos temas con referencia a la historia del arte: desnudo, bodegón
y paisaje. Obras que, como dice Ángel Haro, “no han sido creadas como una
unidad sino que pertenecen a diversas etapas de su trayectoria y quedaron
relegadas en el fondo del estudio, reencontrándose ahora para reivindicarse
como una serie trasversal que ha cabalgado el tiempo, arrastrando sedimentos de
todas las demás”.
El autor, en una entrevista, también nos informa de que “son obras
hechas desde el silencio; son cuadros a los que dediqué todo el tiempo
necesario, sin las prisas que marca una galería ni con la intención de
venderlas, están creadas desde la tranquilidad”.
La idea principal que emana de Cabaret
sauvage es que el pintor, a partir de temáticas relacionadas con prototipos
clásicos de la historia del arte, tiene la confianza de poder encontrar una
forma de expresión positiva. Es decir, mientras otros artistas hacen un
discurso que denota la imposibilidad de comunicación, Belzunce, aunque rompa el
objeto -como hicieron los cubistas- intenta una nueva apertura, no niega ni
destruye el lenguaje, no pretende hacernos dudar, al contrario, persigue un
viraje confiado en poder establecer una relación con el espectador, haciéndolo
cómplice –en primera instancia- a través de los temas clásicos que están en el
subconsciente colectivo.
El hilo conductor que aglutina, da unidad a la variedad de obras y
profundiza en el estudio del modo de representación, es la utilización de
objetos de desecho, como maderas, alambres, telas, hilos, periódicos, cartones,
mallas y planchas metálicas, etc. que en su ensamblaje dan forma a desnudos,
barcos, frutas, plantas, vasijas o espacios, y que fundiéndose con la materia
pintura (óleo, acrílico) consiguen entidad pictórica.
Junto a su fortaleza, las obras llevan prendido en su médula un halo de
añoranza por una forma de representación afirmativa, ahora cuestionada,
nostalgia por procesos que ofrecían un camino y que ahora parecen no llevar a
ninguna parte. Evocación de un vacío como lucha, como modo de enfrentar el
conflicto expresivo: la madera que no es carne, el alambre que no es fruto, la
plancha metálica que no es tallo ni flor, tienen que vaciarse de contenido para
de nuevo buscar sentido y volver a significar.
En estas obras los materiales del collage están dispuestos de tal manera
que al conformar, por ejemplo, una figura, ceden parte de su idiosincrasia a lo
que representan. Y, si es necesario son recortados, modelados o pintados para
denotar con más precisión el modelo de referencia. De esta forma el material
encontrado cambia su significado intrínseco transmutándose en superficie
pictórica con significado añadido.
Como ocurría en el cubismo, el objeto del collage no habla tan solo de
sí mismo, es aprovechado por sus cualidades visuales y como materia prima se
convierte en herramienta, en medio, en superficie extendida de la pintura: un
alambre o un hilo se trasforma en línea, un botón o un remache en punto, unos
recortes de hojalata o fieltro en planos, una revista de patrones de vestidos o
el papel de periódico trenzado en textura y con un parasol de coche
semitransparente o una malla metálica consigue una veladura.
El material es tratado con maestría, la ejecución técnica es perfecta,
limpia; los remaches, las grapas, la cola utilizada para pegar o bien los
tornillos, o cualquier otra fórmula que utilice para la ejecución de las obras
se integra a la perfección. Los papeles, las telas quedan tersas, los alambres
ajustados a la superficie, no se ven manchas debidas a un mal uso de la
técnica, etc.; como se diría en el gremio, el artista tiene una cocina
consumada y envidiable.
La desnudez del material evita el ilusionismo dejando ver claramente las
herramientas del lenguaje: la línea del alambre, la textura pura de la madera,
etc., con la intención de ponerlas a prueba, de examinar su potencia expresiva.
Con el mismo propósito, para no despistar, elude crear atmósferas naturalistas,
degradados que insinúen volumen y emplea colores lisos que no dejan ver el
temblor de la pincelada, creando superficies planas que se enfrentan,
yuxtaponen y enlazan, para así alumbrar otro ambiente que aúne la sensualidad
de la materia con lo intelectual de la composición del ensamblaje.
La mencionada desnudez de la materia se concreta en la desnudez del
cuerpo de la modelo, de los miles de modelos que la tradición ha empleado para
hablar de la desnudez del alma y que Belzunce recoge a través de Manet o
Matisse. Desnudos que el artista emplea para reflexionar sobre los modos de
representación, que trabaja como otro recurso del lenguaje, ya que por su
tratamiento, tanto técnico y estructural como representativo, y con la
repetición de la pose los convierte en iconos.
No hay más que observar el desnudo matissiano sentado en el sillón que
mira otro desnudo, tal vez una escultura africana, rodeado por formas que
pudieran ser la descomposición de otro desnudo, aunque el color de este cuerpo
dislocado nos remita al sillón contiguo.
En este proceso los temas quedan personalizados, son convertidos en iconos belzunceanos que interrogan a los modelos universales sobre su significado histórico, si continúan siendo útiles y de qué manera.
En el mismo sentido nos hablan los desnudos africanos sobre fondo
amarillo que se enfrentan al modelo europeo; son otra manera de ver y
comprender, otro modo de representación. Aparte de que sean expresión de
sensaciones de sus viajes por África e incluso puedan hacer referencia al
primitivismo en el sentido de Gauguin o al de la otredad cultural.
Una vez emancipados los cuerpos, los barcos, las flores o los frutos de
un significado preestablecido y al no pretender un mensaje transcendente,
consiguen equipararse a la pureza física de la madera y los demás materiales
constructivos, y adquieren, en su nueva virginidad, la capacidad de poder
combinarse libremente con los demás elementos lingüísticos.
A su vez, los materiales -que también son exonerados de su referencia
objetual a sí mismos, ya que son utilizados por sus cualidades visuales- en su
enlace indisoluble con las formas icónicas, ponen su referente matérico entre
paréntesis, pudiendo de esta forma optar, a su vez, a multiplicidad de
significados, ya que se han redefinido como un significante diferente a lo que
eran cuando estaban en el trastero.
Igualados los términos de la ecuación artística: material, técnica y
simbólicamente, los nuevos elementos libres de rémoras no tienen impedimento
para crear nuevos discursos.
No hay que olvidar una pieza indispensable para la exposición: el
“armario”. Un armario blanco que atesora los sueños.
Mueble sobre el que se han pintado signos enigmáticos para los profanos,
símbolos de un misterioso arcano para que solo los más aventajados, al
descifrar el acertijo, abran las puertas y lleguen a conocer lo ignoto. Pero el
sacerdote del templo, con toda intención, por una vez, ha dejado entreabierta
la puerta para que los legos podamos disfrutar del lugar donde, hasta que son
requeridos para iluminar una nueva historia, duermen los héroes; compartir por
unos instantes el espacio privado donde viven las formas antes de salir a
escena.
El armario, iluminado por una lámpara de filamento que crea un ambiente
cálido, íntimo y ancestral, es una pieza clave, pues guarda el secreto del
material primigenio, atesora las figuras que, allí más que en los cuadros,
desnudas de significado son absolutamente icónicas -pues retienen el parecido a
sus referentes pero no son el objeto que citan- y así, soberanas, salen para
decidir su futuro. Lo que en el armario se encuentra son las ropas con las que
se visten el espíritu y los sentimientos del artista. En el interior del
armario como en el estudio del artista, es el lugar donde ocurre la magia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario