viernes, 30 de octubre de 2020

EMILIO PASCUAL

 

EMILIO PASCUAL




Una mirada a las Arquitecturas del aire


Cuando Emilio Pascual expuso en el Palacio Almudí de Murcia en 2016 presentó unas hermosas pinturas y unas pocas esculturas. En la reseña que hice de aquella exposición hablé de las pinturas y no hice referencia a las esculturas porque merecían un estudio específico.

Cuatro años más tarde, aquellos trabajos tienen su expresión y desarrollo en un extenso conjunto.

La primera impresión que transmiten es de etérea celosía suspendida en un espacio libre, en un ámbito franco que crece hacia lo absoluto, de un exquisito gusto formal que evita lo superfluo y otorga protagonismo a la sencillez y la esencia vital.







si estás viendo alguna de las piezas, entenderás que, el título que ha elegido para nombrarlas no puede ser más acertado: Arquitecturas del aire.     







Si bien en obras escultóricas anteriores, como las tituladas Del Movimiento, Emilio Pascual utilizaba un espacio y volumen más rotundos, basados en una geometría pura,





en estas Arquitecturas del Aire, siendo escultura y pintura complementarias, en la liviandad descubro al artista en su unidad. No pienso en la vertiente pictórica y, por separado, en la escultura; las dos participan abiertamente de una misma propuesta. Dudo si decir que utiliza un lenguaje diferente en cada técnica, ya que, en su conjunto, logra una fusión tan íntima entre pintura y escultura que podría aceptar una por otra: ambas emplean los mismos términos expresivos, solo que en una dibuja en el plano con líneas de grafito y en otra modela el volumen con líneas de hierro. Con un nexo común: el dibujo y el color dirigidos a esbozar visionarios proyectos de arquitecto que introducen aire y naturaleza en la propia casa. 




En las nuevas obras prescinde de la contundencia volumétrica de antaño con la intención de investigar la ligereza del espacio vacío. Propone para ello una escultura exenta, que olvida el pedestal y vuelve a habitar el universo blanco del muro, el llano del suelo o la limpidez del techo, creando con los elementos más básicos -junto con el color y la sombra- nuevos espacios en los que dibujar. 

 


Los elementos básicos

Emilio, desnuda la forma, la lleva a su cuerpo mínimo, a sus elementos básicos más rudimentarios e imprescindibles: punto, línea y plano. El punto podría ser un hueco en la materia, una inflexión en ángulo, un corte entre líneas o bien un signo unitario con identidad propia. La línea es el perfil, la barra misma de material, los hierros que se hilvanan unos con otros. El plano es definido por las líneas al formar un rectángulo o cuando sólo se entrecruzan y por el color que circunda una forma. Así, con el punto que pasa desapercibido por su liviandad, con la línea que esculpe el aire en su vuelo y el plano transparente e ingrávido, transforma el volumen en un espacio no ocupado.









Oteiza comprendió que, en la escultura tradicional, era el volumen como masa quien ocupaba el espacio e invirtió el proceso, vació el volumen. Creó el vacío con la ligereza del plano, en la confrontación de planchas metálicas. Emilio Pascual, fruto del trabajo y la reflexión sobre estos conceptos, sustituye ahora la plancha por la línea de hierro, dibujando planos que, igualmente, definen el vacío. Planos que establecen una arquitectura de aire, una construcción leve en el espacio, concebida como un baile de filamentos metálicos mecidos por una suave brisa, como el viento que habla al pasar por el enrejado de una ventana, por el encofrado de una casa incipiente.







La línea

Al no haber un manifiesta y patente masa, la preocupación del artista se centra en delimitar el espacio, lo consigue mediante la organicidad de la línea.  Por su intermedio se hace manifiesta la presencia del aire, que toma el aspecto y características del dibujo. Y, en ese mismo momento, cuando toman importancia valores como dirección, grosor, yuxtaposición, proporción, cercanía o separación, etc. en suma, composición: el conjunto como estructura. 









Despoja de ese modo a la escultura de la carga material para conservar el armazón puro e incidir en la síntesis primordial; definiendo, con lo mínimo, el orden de los modelos naturales; insinuando árboles, edificios y horizontes de paisajes; imbuyéndolos de un aliento incorpóreo que alcanza una dimensión espiritual.






Para alcanzar tal estado, resalta la armonía de la línea, porque sus requiebros dan expresividad al hueco que, no es espacio desocupado, sino, más bien, no ocupado. No hay materia a la que quitar masa, no se ha substraído nada; al contrario, no se le ha agregado. El espacio se ocupa, se resuelve por la suma de elementos en movimiento orgánico, en el cual se advierte una inteligencia instintiva, una animación que convierte lo complicado en simple.





El volumen de las obras, por otro lado, apoyado por la sombra, se muestra en sí mismo; es decir, no está sugerido por el dibujo en perspectiva, por la arquitectura lineal; no existe la tentación del trampantojo, ni la pretensión de hacer existir lo que no hay.





Me llama la atención la manera en que las obras toman forma; más concretamente, cómo sus presumibles límites absorben el entorno. Alguna de ellas, incluso, se dilata silenciosamente, susceptible de ser interpelada por otras piezas. Percibo el desarrollo expansivo de sus arqueados rectángulos, cómo aumenta el espacio de su acción y los apéndices lineales se lanzan al vació, hiriendo los límites racionales, aceptando la asimetría, la irregularidad como crecimiento natural. Y todo ello remitido a un equilibrio de peso visual que confluye en el conjunto, siempre con el propósito de concisión, simplicidad y expansión contenida.





Creo que la amplia posibilidad constructiva, el control de la expansividad, ese delimitar el espacio de las piezas y su relación con otras - incluyendo la expresividad del tema -, son algunas de las cuestiones que más han debido preocupar a Emilio en los momentos de reflexión y mirada paciente. Colijo un estudio atento de la sucesión de planos y de líneas para lograr que se desplacen en inestabilidad, aunque sujetos a la tensión de un fluir que desencadena un dinamismo fresco. Especulo sobre cómo dispone el material en su deseo de conseguir momentos de tránsito y contemplación silenciosa. Imagino cómo ha proyectado vínculos para alcanzar el instante detenido y la certeza de continuidad. Comprendo cómo ha resuelto el trazo demorado que se puede habitar y el gesto enérgico de empuje que incita a caminar.





Todos ellos espacios de movimiento por donde circula el tiempo. Ímpetu expresivo al que acompaña la anomalía: distorsión aceptada como símbolo de lo imperfecto y del progreso temporal; como lo que nos entrega la conexión con lo natural, con la vida.

Todo ello resumido en una sencilla frase de su bloc de notas: “El espacio y el tiempo son las dos únicas formas en las que se edifica la vida y en las que, por lo tanto, debe edificarse el arte”.


El color

Emilio completa las promesas de espontaneidad, equilibrio, esencialidad y levedad del dibujo con la expresividad y pasión del color, tan relevante como la línea. El hierro, materia de la obra, se transmuta bajo la capa de pintura; esconde su peso; manifiesta su voluntad de construir, de consuno con la sombra proyectada sobre la pared, un volumen de espacio inmaterial.





Desde la primera mirada observo que el color predominante es el blanco o tonos muy claros, no solo en las piezas sino también el de las paredes o lugares que las cobijan; blanco de luz para ayudar en la aparición de la sombra; blanco que anuncia la nada, pero atmósfera de donde todo se alimenta; blanco de inocencia, característica que incide en la liviandad y colabora en resaltar la ligereza, el aire que circula por la sinuosa materia.

Acompañando al vaciamiento del blanco afloran, de tanto en tanto, contrapuntos de color: unas veces enérgicos rojos o azules, otras, suaves matices de verde o gráciles rosados, siembre enfrentados al blanco de obras y paredes que los resaltan.

La articulación cromática, como el conjunto de la obra, busca también en la tensión un equilibrio dinámico entre los dos polos, lo visible presente y lo insinuado misterioso; lo físico palpable y lo inmaterial que fluye; entre la materia como volumen que tiene peso y la ingravidez del vacío.






La sombra

No pasa desapercibido a un observador atento de estas piezas que, a los elementos básicos, a la línea y al color, se suma la sombra - el elemento insustancial de la escultura-, que Emilio utiliza como otro fundamento cardinal de sus piezas, puesto que el espacio virtual que conforma, engendra un nuevo sentido. Si se alejaran o acercaran de la obra los focos de luz, o se modificara su plano de proyección, o si fueran más intensos o tenues, tomaría cuerpo un azaroso juego de eventuales sombras que ofrecerían múltiples aspectos de ella.  

Es preciso, pues, señalar la intencionalidad de la sombra. No es meramente una arbitraria consecuencia determinada por la ubicación espacial involuntaria de las piezas, sino que surge de un propósito expresivo cuya finalidad es crear un espacio complementario donde lo físico se convierte en idea.






En efecto, tal y como el propio Emilio dice en la presentación de su obra citando “El elogio de la sombra” de Junichiro Tanizaki: "Creo que lo bello no es una sustancia en sí, sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una radiación y expuesta a la luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra."




La sombra, que con demasiada luz desaparecería, nos da la posibilidad de crear, de imaginar un mundo de incerteza, construyendo junto al objeto un universo sin límites, llenando el vacío con un espacio psíquico.

Cuando Emilio dispone la luz, emerge con fuerza el juego dialéctico entre la materia y la sombra: la sombra revela la importancia la luz, una luz que centra la atención en conformar o, mejor, alumbrar el ambiente, creando, a su vez, la metáfora de la penumbra.




Porque, como él bien sabe, la penumbra donde se mueve el espíritu oriental es la sutilidad -la verdadera penumbra- y es ahí, en el tenue detalle, donde la sombra modela los objetos; donde lo aéreo inventa e imagina; donde emana el disfrute contemplativo; donde se aprecia y realza la belleza. Por eso no insiste en la evidencia, en la luz que pretende mostrarlo todo, y usa focos funcionales y creativos, que plasman el símbolo, para proyectar sobre la pared una escala de sombras que amplía el espectro de espacios formando sugestivas penumbras físicas con la liviana gradación de la luz.

Ese instante luminoso de sombras, más allá de su significado artístico, lo que nos muestra no es otra cosa, en definitiva, que la condición de la propia existencia.

 

                                                                                                                                        Paco Vivo



Para que conozcáis mejor a Emilio, algunas fotos más de él y de su taller.
























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