MABEL MARTÍNEZ
In memorian
EMILIO
PASCUAL
Una
mirada a las Arquitecturas del aire
Cuando Emilio Pascual expuso en el Palacio Almudí de Murcia en
2016 presentó unas hermosas pinturas y unas pocas esculturas. En la reseña que
hice de aquella exposición hablé de las pinturas y no hice referencia a las
esculturas porque merecían un estudio específico.
Cuatro años más tarde, aquellos trabajos tienen su expresión
y desarrollo en un extenso conjunto.
La primera impresión que transmiten es de etérea celosía suspendida en un espacio libre, en un ámbito franco que crece hacia lo absoluto, de un exquisito gusto formal que evita lo superfluo y otorga protagonismo a la sencillez y la esencia vital.
en estas Arquitecturas
del Aire, siendo escultura y pintura complementarias, en la
liviandad descubro al artista en su unidad. No pienso en la vertiente pictórica
y, por separado, en la escultura; las dos participan abiertamente de una misma
propuesta. Dudo si decir que utiliza un lenguaje diferente en cada técnica, ya que,
en su conjunto, logra una fusión tan íntima entre pintura y escultura que podría
aceptar una por otra: ambas emplean los mismos términos expresivos, solo que en
una dibuja en el plano con líneas de grafito y en otra modela el volumen con
líneas de hierro. Con un nexo común: el dibujo y el color dirigidos a esbozar visionarios
proyectos de arquitecto que introducen aire y naturaleza en la propia casa.
En las nuevas obras prescinde de la contundencia volumétrica
de antaño con la intención de investigar la ligereza del espacio vacío. Propone
para ello una escultura exenta, que olvida el pedestal y vuelve a habitar el universo
blanco del muro, el llano del suelo o la limpidez del techo, creando con los
elementos más básicos -junto con el color y la sombra- nuevos espacios en los
que dibujar.
Los elementos básicos
Emilio, desnuda la forma, la lleva a su cuerpo mínimo, a sus
elementos básicos más rudimentarios e imprescindibles: punto, línea y plano. El
punto podría ser un hueco en la materia, una inflexión en ángulo, un corte
entre líneas o bien un signo unitario con identidad propia. La línea es el
perfil, la barra misma de material, los hierros que se hilvanan unos con otros.
El plano es definido por las líneas al formar un rectángulo o cuando sólo se
entrecruzan y por el color que circunda una forma. Así, con el punto que pasa
desapercibido por su liviandad, con la línea que esculpe el aire en su vuelo y
el plano transparente e ingrávido, transforma el volumen en un espacio no
ocupado.
Oteiza comprendió que, en la escultura tradicional, era el
volumen como masa quien ocupaba el espacio e invirtió el proceso, vació el
volumen. Creó el vacío con la ligereza del plano, en la confrontación de
planchas metálicas. Emilio Pascual, fruto del trabajo y la reflexión sobre
estos conceptos, sustituye ahora la plancha por la línea de hierro, dibujando
planos que, igualmente, definen el vacío. Planos que establecen una arquitectura
de aire, una construcción leve en el espacio, concebida como un baile de
filamentos metálicos mecidos por una suave brisa, como el viento que habla al
pasar por el enrejado de una ventana, por el encofrado de una casa incipiente.
La línea
Al no haber un manifiesta y patente masa, la preocupación del
artista se centra en delimitar el espacio, lo consigue mediante la organicidad
de la línea. Por su intermedio se hace manifiesta
la presencia del aire, que toma el aspecto y características del dibujo. Y, en
ese mismo momento, cuando toman importancia valores como dirección, grosor, yuxtaposición,
proporción, cercanía o separación, etc. en suma, composición: el conjunto como
estructura.
Despoja de ese modo a la escultura de la carga material para
conservar el armazón puro e incidir en la síntesis primordial; definiendo, con
lo mínimo, el orden de los modelos naturales; insinuando árboles, edificios y
horizontes de paisajes; imbuyéndolos
de un aliento incorpóreo que alcanza una dimensión espiritual.
Para alcanzar tal estado, resalta la armonía de la línea,
porque sus requiebros dan expresividad al hueco que, no es espacio desocupado,
sino, más bien, no ocupado. No hay materia a la que quitar masa, no se ha
substraído nada; al contrario, no se le ha agregado. El espacio se ocupa, se resuelve
por la suma de elementos en movimiento orgánico, en el cual se advierte una
inteligencia instintiva, una animación que convierte lo complicado en simple.
El volumen de las obras, por otro lado, apoyado por la
sombra, se muestra en sí mismo; es decir, no está sugerido por el dibujo en
perspectiva, por la arquitectura lineal; no existe la tentación del
trampantojo, ni la pretensión de hacer existir lo que no hay.
Me llama la atención la manera en que las obras toman forma;
más concretamente, cómo sus presumibles límites absorben el entorno. Alguna de
ellas, incluso, se dilata silenciosamente, susceptible de ser interpelada por
otras piezas. Percibo el desarrollo expansivo de sus arqueados rectángulos,
cómo aumenta el espacio de su acción y los apéndices lineales se lanzan al
vació, hiriendo los límites racionales, aceptando la asimetría, la
irregularidad como crecimiento natural. Y todo ello remitido a un equilibrio de
peso visual que confluye en el conjunto, siempre con el propósito de concisión,
simplicidad y expansión contenida.
Creo que la amplia posibilidad constructiva, el control de
la expansividad, ese delimitar el espacio de las piezas y su relación con otras
- incluyendo la expresividad del tema -, son algunas de las cuestiones que más han
debido preocupar a Emilio en los momentos de reflexión y mirada paciente.
Colijo un estudio atento de la sucesión de planos y de líneas para lograr que
se desplacen en inestabilidad, aunque sujetos a la tensión de un fluir que
desencadena un dinamismo fresco. Especulo sobre cómo dispone el material en su
deseo de conseguir momentos de tránsito y contemplación silenciosa. Imagino
cómo ha proyectado vínculos para alcanzar el instante detenido y la certeza de
continuidad. Comprendo cómo ha resuelto el trazo demorado que se puede habitar
y el gesto enérgico de empuje que incita a caminar.
Todos ellos espacios de movimiento por donde circula el
tiempo. Ímpetu expresivo al que acompaña la anomalía: distorsión aceptada como
símbolo de lo imperfecto y del progreso temporal; como lo que nos entrega la
conexión con lo natural, con la vida.
Todo ello resumido en una sencilla frase de su bloc de
notas: “El espacio y el tiempo son las dos únicas formas en las que se edifica
la vida y en las que, por lo tanto, debe edificarse el arte”.
El color
Emilio completa las promesas de espontaneidad, equilibrio,
esencialidad y levedad del dibujo con la expresividad y pasión del color, tan
relevante como la línea. El hierro, materia de la obra, se transmuta bajo la
capa de pintura; esconde su peso; manifiesta su voluntad de construir, de
consuno con la sombra proyectada sobre la pared, un volumen de espacio
inmaterial.
Desde la primera mirada observo que el color predominante es
el blanco o tonos muy claros, no solo en las piezas sino también el de las
paredes o lugares que las cobijan; blanco de luz para ayudar en la aparición de
la sombra; blanco que anuncia la nada, pero atmósfera de donde todo se alimenta;
blanco de inocencia, característica que incide en la liviandad y colabora en resaltar
la ligereza, el aire que circula por la sinuosa materia.
La articulación cromática, como el conjunto de la obra,
busca también en la tensión un equilibrio dinámico entre los dos polos, lo
visible presente y lo insinuado misterioso; lo físico palpable y lo inmaterial
que fluye; entre la materia como volumen que tiene peso y la ingravidez del
vacío.
La sombra
No pasa desapercibido a un observador atento de estas piezas
que, a los elementos básicos, a la línea y al color, se suma la sombra - el
elemento insustancial de la escultura-, que Emilio utiliza como otro fundamento
cardinal de sus piezas, puesto que el espacio virtual que conforma, engendra un
nuevo sentido. Si se alejaran o acercaran de la obra los focos de luz, o se
modificara su plano de proyección, o si fueran más intensos o tenues, tomaría
cuerpo un azaroso juego de eventuales sombras que ofrecerían múltiples aspectos
de ella.
Es preciso, pues, señalar la intencionalidad de la sombra.
No es meramente una arbitraria consecuencia determinada por la ubicación
espacial involuntaria de las piezas, sino que surge de un propósito expresivo
cuya finalidad es crear un espacio complementario donde lo físico se convierte
en idea.
En efecto, tal y como el propio Emilio dice en la
presentación de su obra citando “El elogio de la sombra” de Junichiro Tanizaki:
"Creo que lo bello no es una sustancia en sí, sino tan sólo un dibujo de
sombras, un juego de claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes
sustancias. Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite
una radiación y expuesta a la luz pierde toda su fascinación de joya preciosa,
de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos
de la sombra."
La sombra, que con demasiada luz desaparecería, nos da la
posibilidad de crear, de imaginar un mundo de incerteza, construyendo junto al
objeto un universo sin límites, llenando el vacío con un espacio psíquico.
Cuando Emilio dispone la luz, emerge
con fuerza el juego dialéctico entre la materia y la sombra: la sombra revela
la importancia la luz, una luz que centra la atención en conformar o,
mejor, alumbrar el ambiente, creando, a su vez, la metáfora de la penumbra.
Porque, como él bien sabe, la penumbra donde se mueve el
espíritu oriental es la sutilidad -la verdadera penumbra- y es ahí, en el tenue
detalle, donde la sombra modela los objetos; donde lo aéreo inventa e imagina;
donde emana el disfrute contemplativo; donde se aprecia y realza la belleza.
Por eso no insiste en la evidencia, en la luz que pretende mostrarlo todo, y
usa focos funcionales y creativos, que plasman el símbolo, para proyectar sobre
la pared una escala de sombras que amplía el espectro de espacios formando
sugestivas penumbras físicas con la liviana gradación de la luz.
Ese instante luminoso de sombras, más allá de su significado
artístico, lo que nos muestra no es otra cosa, en definitiva, que la condición
de la propia existencia.
Paco
Vivo
Exposición de Emilio Pascual en el Palacio Almudí de Murcia. |
Emilio Pascual - Luz abierta. Óleo y grafito sobre lienzo. 400 x 200 cm. |
Emilio Pascual - Lugares en la pintura. Óleo y grafito sobre lienzo. 200 x 200 cm. |
Emilio Pascual - Recorridos de silencio. Óleo y grafito sobre lienzo. 200 x 200 cm. |
Emilio Pascual - Preludio IV. Óleo y grafito sobre papel. 80 x 80 cm. |
Emilio Pascual - Detalle del políptico Un instante. Óleo y grafito sobre papel. 37 x 37 cm. |
Emilio Pascual - La nube roja. Óleo y grafito sobre lienzo. 400 x 200 cm. |
Emilio Pascual - Los no lugares. Óleo y grafito sobre lienzo. 200 x 200 cm. |
Emilio Pascual - Detalle del políptico Un instante. Óleo y grafito sobre papel. 37 x 37 cm. |
Emilio Pascual - Algún camino. Óleo y grafito sobre lienzo. 400 x 200 cm. |
Emilio Pascual - En pleno día. Óleo y grafito sobre lienzo. 200 x 200 cm. |
Emilio Pascual - Verde con sol. Óleo y grafito sobre lienzo. 200 x 200 cm. |
Emilio Pascual - Preludios XXXI hasta XXXIV. Óleo sobre papel. 80 x 80 cm. |
Emilio Pascual - Preludios III/IV/V/VI. Óleo sobre papel. 80 x 80 cm. |
Emilio Pascual - Preludios XV/XVI/XVII/XVIII. Óleo sobre papel. 80 x 80 cm. |
Emilio Pascual - Un instante. Óleo y grafito sobre papel. Políptico de 60 obras de 37 x 37 cm. . |
Emilio Pascual - Arquitectura del aire / Hierro esmaltado / 330 x 230 cm. |
Emilio Pascual - Arquitectura del aire / Hierro esmaltado / 320 x 277 cm. |